viernes, 20 de mayo de 2022

RECUERDOS DEL CAMINO

 

Recuerdos del Camino

Al llegar a Santiago, todos recordaron el pedazo de camino que se había pegado a sus almas.

               Revivieron peleas, besos, la sangre y sus heridas.

                                                          Abrazos, palabras y silencios que los envolvían y empujaban, cuando las piernas ya no daban más.

Las posadas y tabernas llenas de gente.

                                                        Las promesas que se expandían por cada una de sus mesas de madera que

                          se fugaban hacia el exterior, buscando ser escuchadas por algún que otro peregrino.

Las familias y los grupos que se saludaban y se acercaban abriendo sus corazones y sus historias pasadas.

Las diferentes razones de por qué estaban ahí, caminando, observando y admirando lo transitado y el futuro por recorrer.

Al llegar a Santiago, contemplaron que sus vidas

YA

                                                                                           habían cambiado, sin saberlo. Que todo era distinto en cada uno de ellos.

Venían de muy lejos, con historias personales truncadas con pérdidas entre las sombras de la vida, esas sombras que nadie cuenta pero que todos queremos escuchar. Habían perdido el interés por entender la vida, casi se habían convertido en desaparecidos, en invisibles para muchos.

Pero en el Camino, los reconocieron y los acompañaron, ya no sólo el resto de peregrinos y peregrinas que se encontraron, sino el propio camino, la vida que

                                             ÉL

                                                                        aloja y acoge con orgullo desde tiempos inmemoriales.

Unos, encontraron palabras de afecto, de cariño, de compartir momentos, propios y de otros. De sentirse escuchados y de ser validados para escuchar.

Otros se pelearon y se arañaron y sus marcas les persiguieron todo el camino. Pero al llegar a la plaza del Obradoiro, se abrazaron como los amantes al reencontrarse tras meses de ausencia.

Alguien obtuvo lo que siempre quiso: una familia que la acompañara por el sendero de la vida (aunque fuera hasta Compostela). Que la hiciera reír y no juzgara su pasado ni sus acciones. Alguien con quien cenar como si fuera una más de esa familia que se encontraba, de nuevo, tras días de peregrinaje.

                                                                 Y el amor….

sin palabras, sólo deshaciéndose sus capas para conocerse y reconocerse en el otro. Con sus lágrimas y sus risas. Con sus besos robados al tiempo y a la vista (que no a la vida). Con los guiños de las estrellas en la noche y de las pausas para respirar, cobijarse en las sombras y continuar hasta la siguiente etapa.

    Y el amor….   

y sus rupturas y su nuevo encuentro con desconocidos y desconocidas que te fascinan por lo que han realizado, por dónde empezaron el camino, por el misterio de cómo será esa despedida, ese desencuentro final. Ese adiós que nunca fue hola.

                                            Y el amor…

Por una profesión, por unos chavales, por una amistad, por un proyecto, por un camino y sus peregrinos, por la naturaleza que lo envuelve, por sus gentes, por sus curas y sus heridas, por las sombras y luces que cobijan y por las flechas amarillas sobre el fondo azulado de sus señales.

Y ellos, ¿qué cambiaron del camino?

Dejaron la soledad en cada mañana oculta por la niebla.

                                                                                                       Olvidaron su pasado, durante esos instantes en que peregrinaban hasta el siguiente lugar de descanso.

Donde conectaban con su vida, con su alma, con sus necesidades y ruidos.

                                                                                                                                          Y llegaba el sueño y, como niños que aún eran, se permitían imaginar lugares nuevos, sensaciones perdidas y envueltas por los brazos de Morfeo.

Y, al día siguiente, la niebla, el silencio y la soledad, una vez más, igual para todos revivía de nuevo como el simple gesto de ponerse el calzado para reiniciar lo comenzado, pensando en el descanso del final de la etapa.

Y, permitieron a peregrinos y peregrinas, en definitiva, a otras personas, conocerlos y conocerse. Encontrarse y avanzar, ya no por la senda envuelta de verde y humedad, sino en la vida, en una posible vida que, hasta ese momento, ellos no permitían reconocerse como propia.

Y, en el recuerdo de la foto final, todos juntos, con aquellos que los habían acompañado, con los desconocidos.

                        Con el orgullo de las marcas en el pasaporte del peregrino.

                                            Y el diploma obtenido con su esfuerzo físico y mental,

Brindaron que algo, en ellos había cambiado para siempre y, éste era, en definitiva, el mensaje final que les dejó el

CAMINO.

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