Recuerdos del
Camino
Al llegar a Santiago, todos recordaron el pedazo de camino
que se había pegado a sus almas.
Revivieron
peleas, besos, la sangre y sus heridas.
Abrazos, palabras y silencios que los envolvían y empujaban, cuando las
piernas ya no daban más.
Las posadas y tabernas llenas de gente.
Las promesas que se expandían por cada una de sus mesas de madera que
se fugaban hacia el
exterior, buscando ser escuchadas por algún que otro peregrino.
Las familias y los grupos que se saludaban y se acercaban
abriendo sus corazones y sus historias pasadas.
Las diferentes razones de por qué estaban ahí, caminando, observando
y admirando lo transitado y el futuro por recorrer.
Al llegar a Santiago, contemplaron que sus vidas
YA
habían cambiado, sin saberlo. Que todo era
distinto en cada uno de ellos.
Venían de muy lejos, con
historias personales truncadas con pérdidas entre las sombras de la vida, esas
sombras que nadie cuenta pero que todos queremos escuchar. Habían perdido el
interés por entender la vida, casi se habían convertido en desaparecidos, en
invisibles para muchos.
Pero en el Camino, los
reconocieron y los acompañaron, ya no sólo el resto de peregrinos y peregrinas
que se encontraron, sino el propio camino, la vida que
ÉL
aloja y acoge con orgullo desde tiempos inmemoriales.
Unos, encontraron palabras de
afecto, de cariño, de compartir momentos, propios y de otros. De sentirse
escuchados y de ser validados para escuchar.
Otros se pelearon y se arañaron y
sus marcas les persiguieron todo el camino. Pero al llegar a la plaza del
Obradoiro, se abrazaron como los amantes al reencontrarse tras meses de
ausencia.
Alguien obtuvo lo que siempre
quiso: una familia que la acompañara por el sendero de la vida (aunque fuera
hasta Compostela). Que la hiciera reír y no juzgara su pasado ni sus acciones.
Alguien con quien cenar como si fuera una más de esa familia que se encontraba,
de nuevo, tras días de peregrinaje.
Y el amor….
sin palabras, sólo deshaciéndose
sus capas para conocerse y reconocerse en el otro. Con sus lágrimas y sus
risas. Con sus besos robados al tiempo y a la vista (que no a la vida). Con los
guiños de las estrellas en la noche y de las pausas para respirar, cobijarse en
las sombras y continuar hasta la siguiente etapa.
Y el amor….
y sus rupturas y su nuevo
encuentro con desconocidos y desconocidas que te fascinan por lo que han realizado,
por dónde empezaron el camino, por el misterio de cómo será esa despedida, ese
desencuentro final. Ese adiós que nunca fue hola.
Y el amor…
Por una profesión, por unos
chavales, por una amistad, por un proyecto, por un camino y sus peregrinos, por
la naturaleza que lo envuelve, por sus gentes, por sus curas y sus heridas, por
las sombras y luces que cobijan y por las flechas amarillas sobre el fondo
azulado de sus señales.
Y ellos, ¿qué
cambiaron del camino?
Dejaron la soledad en cada mañana
oculta por la niebla.
Olvidaron
su pasado, durante esos instantes en que peregrinaban hasta el siguiente lugar
de descanso.
Donde conectaban con su vida, con
su alma, con sus necesidades y ruidos.
Y llegaba el sueño y, como niños que aún
eran, se permitían imaginar lugares nuevos, sensaciones perdidas y envueltas
por los brazos de Morfeo.
Y, al día siguiente, la niebla,
el silencio y la soledad, una vez más, igual para todos revivía de nuevo como
el simple gesto de ponerse el calzado para reiniciar lo comenzado, pensando en
el descanso del final de la etapa.
Y, permitieron a peregrinos y
peregrinas, en definitiva, a otras personas, conocerlos y conocerse.
Encontrarse y avanzar, ya no por la senda envuelta de verde y humedad, sino en
la vida, en una posible vida que, hasta ese momento, ellos no permitían reconocerse
como propia.
Y, en el recuerdo de la foto
final, todos juntos, con aquellos que los habían acompañado, con los
desconocidos.
Con el orgullo de las marcas en el pasaporte
del peregrino.
Y
el diploma obtenido con su esfuerzo físico y mental,
Brindaron que algo, en ellos
había cambiado para siempre y, éste era, en definitiva, el mensaje final que
les dejó el
CAMINO.
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